sábado, 9 de mayo de 2015

El egoísmo nos hace monstruos

Cuando el egoísmo empapa  toda la superficie espiritual que nace de las profundidades del ser humano elegido por cada uno, y cuando el tiempo se centrifuga resumiéndose en un yo que no puede, que está incapacitado para alternar  con las necesidades esenciales de amor para con otro, se vuelve destructivo.
No hay nada más aniquilante, ni siquiera la indiferencia misma, que el egoísmo que ignora toda otra sustancia que no sea pertinente a “yo”.
Envuelve e intoxica a la persona, convirtiéndola en un monstruo incapaz de ver, sentir, empatizar o comprender cualquier otra circunstancia que no sea la propia. Se vuelve ajeno y se enajena, siendo capaz de producir un dolor devastador en el entorno que no significa nada, salvo lo increíblemente corto o inmediato que rodea a ese “yo siendo egoísta”.
De ese modo el egoísmo y la conciencia de ser, se funden, quedando la segunda subordinada a la primera para anular cualquier resquicio de generosidad o de entrega.
La carencia de visión y de perspectiva, convierte a la persona en un pesado monstruo de cerebro emocional ínfimo.
Los egoístas son agentes que han sido devorados, deglutidos y vomitados al mundo con una conciencia deprimida. Llevan a cabo entonces, una existencia sujeta a sí mismos y a su microcosmos, sin poder asomarse a la diversidad que ofrece el contemplar, en el sentido profundo y amplio de la palabra, a quienes fueran sus semejantes. Ya no lo son. Pues no se asemejan en nada.
El egoísta pierde en su punto de fuga la posibilidad de entender de manera auténtica lo que significa la existencia de otro y de otros tanto como de mundos diversos; es decir diferentes al propio.
Para él, existe sólo lo que su corta dimensión abarca. Por lo tanto encaja en su pequeño mundo como su pequeño mundo encaja en él. 



Cynthia Grinfeld  Mayo 7 de 2015

domingo, 12 de abril de 2015

Hamlet "To be or not to be"

"To be or not to be..." La tragedia de ser humano.
Para ser hay que nacer. Y para nacer hay que tener padres. 
Tal vez la pregunta alude al hecho de poder existir en la biología del amar. La certeza a menudo incierta de ser amado, o haberlo sido.
Se habla del hijo concebido. Y como dice Maturana, "el lenguaje no es inocente". ¿Es la concepción una sustracción del deseo o es al revés?
Ser y existir conduce al individuo a un problema existencial.
Ser o no ser hijo-carga-bien preciado; ser objeto y sujeto del amor.
Las cargas de los padres se pasan a los hijos y así para siempre. Las cargas ontológicas, biológicas y matemáticas, se pasan de generación en generación.
Es así que desde siempre, es la madre quien carga / contiene/ aloja o anida al hijo en su útero. No obstante, ese uno es el resultado de la combinación entre dos, siendo imposible concebir la vida de otra manera. La biología impone sus leyes.
Se puede no ser padre o madre, pero siempre se es hijo de alguien, aunque debiéramos decir "alguienes".
Y esto se convierte en un hecho (trágico) que no nos deja libres de ser sin nacer. Nunca se deja de ser hijo de...; ¿es esto una gloria o una tragedia? 
Hamlet nos enfrenta desde su inteligencia, con la vida y con la muerte. Pues, no podemos ser sin nuestra condición de hijos, recibiendo y heredando cargas atávicas, tanto como no podemos evitar su futura transmisión. Este pasaje inevitable tiene y tendrá consecuencias que admiten preguntas en cuanto a la ilusión de legítima libertad de ser o no ser, modelando nuestra existencia con respuestas elegidas para ser sujetos a la vida.
Se plantea ahora la cuestión de ser o no ser diferentes. Diferentes a nuestros padres con quienes de algún modo nos igualamos al ser padres de nuestros hijos. Pues la condición se mantiene, aunque en el mejor de los casos, la conciencia y el desarrollo de una educación emocional, nos abran algunas  nuevas posibilidades.
Ser o no ser es una pregunta que se asemeja al concepto de los números irracionales que no pueden ser representados en fracciones tal como lo es el número "π" PI.
Somos uno por la intersección de dos y sus sucesivas multiplicaciones.
“Ser o no ser”, al aplicarse a las diferencias posibles con nuestros padres, garantizadas en nuestro ADN, nos invita a pensar en si somos o no diferentes entre nosotros mismos.
El grado de distancia entre hombres y mujeres se reduce a un solo cromosoma. Siendo mucho mayor la distancia entre el inteligente y el necio.
Hamlet se encuentra entre el fantasma de su padre y el apetito materno que desarticula en él su posibilidad de amar.
Si Hamlet se mueve en un mundo de simuladores y de subjetividades (muchas vanas), cabe decir que nosotros también lo hacemos.
Ser o no ser aceptándonos como una especie animal más, de características diferentes a las que llegamos a reconocer en otras especies.
Entonces, la genialidad de Hamlet consiste en nacer como pregunta en la pregunta “Ser o no ser”, para ser en una genuina y honesta libertad que nos lleve a trascender.


Cynthia Grinfeld  - Abril 8 de 2015