A lo largo de los años, vivimos experiencias que
posiblemente nunca imaginamos.
Deseamos algo y pensamos que podemos proyectarlo, arrobados
de fe y entusiasmo, con la ilusión de que lo que queremos en ese momento se
cumplirá, como si las leyes de causa y efecto estuvieran a nuestros servicios
según nuestra lógica.
Noticia: no es así. Las cuestiones de causa y efecto nos
exceden. No hay lógica para determinadas consecuencias o para determinadas
causas.
Las cosas, simplemente ocurren. No por arte de magia. Hay un
complejo sistema de coincidencias de gran cantidad de factores que no
alcanzamos siquiera a percibir, y otros que directamente ignoramos. Nos
manejamos con la ilusión de que lo comprendemos todo, de que somos capaces de
conocer al mundo que habitamos y que de alguna manera absurda podemos dirigir
nuestra vida en un ciento por ciento.
Así, nos topamos con pasajes y obstáculos tanto como
sorpresas y alternativas que no habíamos concebido nunca. Nos sorprendemos, nos
frustramos, nos asombramos, nos resignamos, nos enojamos, nos enamoramos y la
vida sigue avanzando más allá de nosotros mismos.
Caminamos acompañados por la constante presencia de nuestras
emociones que se encargan de apuntalarnos o de hundirnos en los más sombríos
pensamientos, llevándonos al fatalismo.
Nos volvemos exagerados, vehementes, víctimas, rebeldes, y
no sabemos como recuperar el estado de equilibrio, de paz y de alegría.
Alegría no es felicidad, pero es una excelente alternativa
que ayuda a construir momentos felices.
Pasamos una vida, esta vida, la que tenemos, entrando y
saliendo de lugares, cuando tenemos un espacio para habitar con todas las
comodidades que necesitamos y que se llama, conciencia.
Tejemos muchas ideas, porque la imaginación nos ayuda a
generar escenarios diversos. Algunos son muy divertidos por cierto. Otros rayan
en lo ridículo, como en los casos de
extremo narcisismo u omnipotencia.
Somos muy vulnerables y fascinantes al mismo tiempo.
Conocernos nos lleva mucho tiempo. Un tiempo que a la vez nos mueve entre lo
urgente y lo importante y la tarea de discernirlo, para no actuar en piloto
automático como si fuésemos un robot.
Somos seres humanos y es hora de tomar conciencia de que
respiramos y que cada día es un regalo que el Universo nos da, es algo que no
hemos alcanzado a valorar. ¿Vemos la generosidad que se nos entrega cada día?
Pero… entre tantas idas y venidas, hay una posibilidad
cierta y concreta. La de tomar conciencia plena de quienes somos y quienes
queremos ser. Cómo queremos actuar y que creencias vamos a sostener para
dirigir nuestros actos. Podemos elegir como hablar y que decir. De que forma
hacerlo. Podemos estar
en silencio y pensar. Pensar es una actividad muy útil, que pocas veces se
practica a conciencia. Además es saludable y agradable.
Tal vez se trate de ir más despacio y saber que nadie tiene
asegurado el mañana. Que nadie tiene garantías de que tal acto va a traer tal
consecuencia. Ya que eso no existe. Hay personas que hacen de todo para que les
vaya bien y no alcanzan a ver el resultado en la medida de sus esfuerzos.
Otras, que sin tanto ahínco logran más de lo que imaginaron. ¿Por qué sucede esto? Porque en
realidad, hay mucho de lo que no sabemos, y porque somos seres limitados por nuestros
sentidos que además nos engañan.
Sólo asumiendo humildemente, nuestra condición humana,
podremos comenzar a pensar en la reparación de nuestra propia existencia y en
la de nuestro prójimo.
Por eso, como dice Lerner. Volver a empezar. Poner lo mejor
de cada uno y alejarse de las expectativas y de los juicios. Simplemente
razonar con los lóbulos prefrontales (LPF) y ser más comprensivos y tolerantes.
¿A quién creemos que juzgamos cuando opinamos? La prudencia
es una virtud a tener en cuenta a la hora de elegir. Perseverar y volver a
empezar, volver a empezar cada vez con
mejores intenciones y más conciencia de que se puede compartir un planeta en
paz y con alegría.