martes, 23 de agosto de 2011

¿Vemos la realidad?

Muchas veces, estamos convencidos de nuestras verdades. Creemos que lo que percibimos, es exacto. Nos convencemos a nosotros mismos de algunas verdades que defendemos a ultranza, aunque para ello sea necesario atacar a quien creemos un enemigo. La convicción de que poseemos la verdad, nos puede llevar a ser agresivos, incluso con personas a las que apreciamos mucho.
Es el instante en donde la ceguera se apodera de nuestros mecanismos racionales y nuestras emociones juegan como  el mejor titiritero con nosotros. Las personas se vuelven marionetas, en manos de sus pasiones.

Si estamos en un camino espiritual, lucharemos contra aquello que nos ciega y que trata de imponerse a nuestro razonamiento a expensas de adrenalina. No es fácil.  Es muy difícil salir del espacio del miedo que se combina con la furia, ¿es difícil ser razonable entonces? la respuesta es sí. Es muy difícil y es un desafío constante a nuestra perseverancia para seguir trabajando con nosotros mismos para ser en el mundo amando al prójimo, como a nosotros mismos.


Algo que nos resulta difícil de aceptar, es el hecho de que nuestros sentidos nos condicionan de manera que nuestras percepciones, están teñidas íntegramente por  nuestra personalidad, por nuestras creencias y por nuestros valores. Entonces ¿hay una realidad verdadera o cada quién tiene la propia?

La verdad es que vemos hasta donde podemos y  a veces un poco menos también. ¿A qué se debe este fenómeno? pienso que a gruesas capas de ego que cubren lo que debería abundar es decir, la reflexión y los auto-cuestionamientos.

Aprender a no juzgar y al mismo tiempo ejercitar la comprensión del mundo, de la naturaleza, de quienes nos rodean, de nosotros mismos y del universo. En eso se nos va la vida, pero es la forma más cercana al equilibrio que trae consecuentemente oleadas de paz y amor.

Si nos proponemos, tomar conciencia de que tenemos un ego siempre listo a cortar caminos, es factible que hagamos algo para impedirlo. Se trata de comprender a los demás y de comprenderse a uno mismo con benevolencia y caridad. Hay metáforas que van circulando en la cultura como "la caridad comienza por casa", ¿pero a qué  casa se refiere? es el quid de la pregunta.
Se refiere a la casa que comparto con mis pares. No se trata de la morada del ego, sino más bien de la casa en donde se alojan la empatía y el altruismo, que son los progenitores de una buena autoestima.

Su presencia escapa a veces a nuestras meras instancias sensoriales. Hay que ubicarse en otro terreno, más amplio, más ambiguo tal vez, un espacio infinito en donde la sabiduría sea el lugar de reposo de la mente.
Si comenzamos a comprender que las realidades que vemos, son recortes con los cuales armamos una suerte de collage, podremos iluminar la vida en un sentido de trascendencia, en donde "mi verdad", no tendrá un rol preponderante, porque podremos acceder a una verdad superior que nos contiene a todos.